La residencia ourensana Nuestra Señora de la Esperanza de la Fundación San Rosendo, enciende las luces navideñas para sus 164 usuarios de entre 40 y 104 años de edad.
Túa nai e maila miña viñan dunha romaría; a miña viña borracha e a túa non se tiña”, dice una de las canciones gallegas con retranca que tararea Sara Rivera, la centenaria más longeva de la residencia Nuestra Señora de la Esperanza, gestionada por la Fundación San Rosendo, y la encargada de encender este año las luces que iluminarán la Navidad de sus 164 usuarios, de entre 40 y 104 años.
“Estas fechas son complicadas. Los mayores tienen momentos tristes, pero intentamos motivarlos para que vivan las fiestas”, reconoce la directora del centro, María Aranzazu. Muchos de los residentes no tienen familiares o, si los tienen, estos no quieren o no pueden llevárselos a casa por Navidad. “Aquí tenemos a residentes con muchas patologías, con grandes minusvalías, con alzheimer, hemiplejias, enfermedades neurológicas y psiquiátricas. Estamos con ellos todos los días; hay gente que demanda más cariño y mimos, y otros son más autónomos e independientes”, explica.
Un superárbol de Navidad da la bienvenida al visitante en la entrada de la residencia, donde este año brillan luces blancas y azules. “Le hemos dado a la decoración un toque diferente. Hay estrellas, brilli-brilli, un árbol enorme y un belén muy grande hecho por los mayores, con sus propias manos, que ha obtenido algunos premios”, señala la responsable del centro. En el belén están representadas la propia residencia, las termas de A Chavasqueira y la tradición de la matanza. “Antes era mucho más grande, pero tuvimos que reducirlo tras la pandemia porque ocupaba un salón entero y necesitábamos ese espacio para distribuir a los usuarios por patologías”, dice Aranzazu.